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Enseñanzas sobre el Gasto en el Islam

Parte del libro “El Islam y su respuesta a las cuestiones actuales” por Hazrat Mirza Tahir Ahmad (ra)

Gastar por una buena causa incluso en la adversidad

Se hace hincapié en el respeto a la dignidad humana, en los términos más rotundos, en cada esfera de la vida. Los siguientes versículos del Santo Corán presentan el código de ética respecto a las necesidades del pobre y el necesitado y a la manera en que deben cumplirse.

La recompensa de Dios por el perdón es para:

Los que gastan en la prosperidad y en la adversidad y los que reprimen su cólera y perdonan a los hombres; Pues Al-lah ama a los que hacen el bien.”(C.3: Al-Imran 125)

El gasto por la causa del pobre

El concepto de limosna tal como se concibe en el mundo en general tiene una doble cara. Por un lado ensalza las cualidades del que entrega la limosna. Por otro lado crea una imagen embarazosa, si no desgraciada, del que la recibe. El acto por sí de recibir limosna degrada su condición. El Islam revolu­ciona este concepto.

El siguiente versículo del Santo Corán hace un análisis fascinante del por qué algunas personas son muy pobres y otras son ricas.

“Una parte de su riqueza comprende lo que debería pertenecer por derecho al que pide ayuda, el mendigo, y al que no puede, el pobre” (C. 51: Al-Dhariyat: 20)

El punto que generalmente se olvida es el uso de la palabra HAQ (derecho) que habla profundamente de la actitud quien ofrece limosnas así como de la actitud de quien las recibe. Al que ofrece se le recuerda que lo que otorga al pobre, en realidad no le pertenece. Ha de existir un serio fallo en la economía, para que una parte de la gente se vea obligada a mendigar para su subsistencia. En un sistema económico sano, no ha de haber lugar para los indigentes, pues no hay razón genuina para tener que mendigar para sobrevivir. El mensaje que se transmite a quienes reciben limosnas les recuerda que no han de sentirse avergonzados ni sufrir complejo alguno, pues, de hecho, Dios les ha concedido el derecho fundamental de vivir decente y honradamente. Así pues, todo lo que su aparente benefactor les ofrece, es su propio derecho, que, por una u otra razón, se había transferido al donador.

Como ya se ha mencionado anteriormente, las enseñanzas divinas están conectadas directamente con la naturaleza humana. Cualquier mandamiento que pudiera alterar el equilibrio, es contrarrestado con medidas correctivas.

La gratitud

En el caso tratado anteriormente, existe, por supuesto, el riesgo inhe­rente de que algunas personas se muestren ingratas hacia sus benefactores, y, en lugar de expresar gratitud ante cualquier favor recibido, puedan acabar diciendo que lo recibido por ellos lo era por derecho propio, y que no había necesidad alguna de mostrar agradecimiento a dicha persona. Si se alentara esta tendencia, sería a costa de una conducta cortés y decente.

Dirigiéndose al receptor de los favores, el Santo Corán le recuerda continua­men­te su deber de ser agradecido y expresar su gratitud por pequeño que sea el favor que se le muestre. Al creyente se le dice continuamente que Dios no ama al ingrato:

Si sois desagradecidos, Al-lah en verdad es Autosufi­ciente, al ser indepen­dien­te de vosotros. Más El no aprueba la ingratitud en Sus siervos; pero si mostráis gratitud, le agrada verla en voso­tros. Ninguno llevará la carga de otro. Después volveréis a vuestro Señor. El os informará de los que habéis estado haciendo. En verdad, El conoce muy bien lo que pasa por vuestros pensamien­tos. (Ch 39 Al- Zumar: 8)

Más adelante, haciendo hincapié en la importancia de la disposición para el agradeci­miento, el Santo Fundador de Islam nos recuerda:

“El que no es agradecido con los seres humanos tampoco es agradecido con Dios”

De aquí se deduce que si alguien es ingrato hacia los seres humanos, aunque se mostrara agradecido a Dios, su gratitud no sería aceptada por El. Así pues, el mensaje del Santo Corán, tal como se contempla en el versículo anterior (Al-Zumar: 8) no desalienta la decencia, la cortesía y la gratitud. Se trata de un mensaje discreto, dirigido a quien recibe los favores, para que no sufra ningún tipo de complejos ni se dañe su dignidad. De ello se deduce que expresar gratitud no atenta contra la dignidad del hombre, sino que, al contrario, la eleva aún más.

Volviendo al donante, el Islam inculca una actitud totalmen­te diferente. Se considera contrario a la dignidad y la modestia aceptar la gratitud como si uno se la mereciera. Esta tendencia forma parte de la conducta civilizada de cualquier parte del mundo, pero existe una diferencia fundamental entre este hábito universal y la enseñanza islámica de conducta honrosa. El Islam instruye al donante a servir a la humanidad por una causa más elevada y noble que la mera satisfacción de una necesidad natural o la adquisición de una buena reputación por actos benevolentes. El Islam recuerda al hombre repetidamente que haga el bien por Dios y sólo para conseguir Su agrado y Sus favores.

De esto se hace evidente que cuando un verdadero musulmán hace cualquier ofrecimiento a alguien que lo necesita, no lo hace, en realidad, para sí mismo ni para nadie, sino sólo para agradar a Su Creador Quien al principio le otorgó todo lo que poseía.

A la luz de este principio, todo lo que gasta en los demás es su forma de expresar gratitud a Su Señor y no para favorecer a alguien. Esta sublime actitud tiene sus raíces en uno de los primeros versículos de Santo Corán que recuerda a los creyentes:

“…De lo que le hemos provisto, gastan una parte en Nuestra causa”. (C. 2: Al-Baqarah: 4)

Por lo tanto, el verdadero creyente no rechaza la gratitud por mera cortesía, sino porque cree sinceramente que si el destinatario de los favores debe gratitud a alguien, es sólo a Dios y no a él. Los verdaderos creyentes que comprenden de verdad el significado de la fe, se sienten muy azorados cuando se les agradecen sus favores. El Santo Corán declara:

Alimentan, por amor a Él, al pobre, al huérfano y al prisionero, incluso estando ellos mismo necesitados, diciendo. “Os damos de comer solo por agradar a Al-lah. No deseamos recompensa ni vuestro agradecimiento” (C. 76: Al-Dahr: 9-10)

No es suficiente alimentar a la gente, sino también alimentarles cuando uno conoce por sí mismo el significado del hambre y del sufrimiento, y se comparte el dolor sin esperar recompensa ni agradecimiento a cambio.

La belleza de este versículo es deslumbrante. Si se enseñara a los creyentes a mostrar una actitud superficial y condescen­diente, simplemente rechazando aceptar la gratitud y con una pose de humildad, existiría un gran riesgo de alentar la hipocresía. Cuando decimos “no gracias”, somos conscientes del hecho de que actuando así se ensalza nuestra imagen a los ojos de la persona favorecida.

La enseñanza islámica es mucho más sublime. Se recuerda al bienhechor que no puede vender sus mercancías dos veces a grupos distintos. Un acto de bondad puede ser realizado, o bien para obtener el agrado de Dios, o bien para ganar el favor público. Según este versículo no se pueden sustentar simultánea­mente ambas intenciones.

Cuando el siervo de Dios sensible y fiel, le dice al necesitado que sus intenciones son ciertamente agradar a Dios, también le recuerda al mismo tiempo, que Dios es el verdadero bienhechor, eliminando así cualquier tipo de complejo de inferioridad que pudiera surgir.

No hay recompensa humana por los favores

En el Islam, mostrar cortesía a los demás no ha de consti­tuir un hábito superficial aprendido de los valores de la civilización, sino que debe estar profundamen­te arraigado en la fe en Dios. Todas las limosnas ofrecidas al necesitado deben darse sin ningún motivo oculto de recibir algo a cambio del destinatario.

Y no concedas favores intentando conseguir más a cambio” (C. 74: Al Muddazir: 7)

El Islam exige que cuando se ofrezca un favor a alguien, este se olvide como si nada hubiera ocurrido. Vanagloriarse por una obra buena y sacar a relucir los propios favores es declarado como suicida y auto-destructor del propio acto de bondad. Por el contrario, el auténtico creyente se comporta tal y como se describe en los siguientes versículos que comparan la conducta correcta con la incorrecta de forma más extensa:

Los que emplean sus bienes en la causa de Al-lah son semejantes a un grano de maíz que da siete espigas, y en cada espiga hay cien granos. Y Al-lah lo multiplica aún más para quien Le place; y Al-lah es Magnánimo, Omnisciente. Quienes emplean sus bienes en la causa de Al-lah, y a continuación no hacen que lo empleado vaya seguido de burlas o agravios, son los que tendrán la recompensa con su Señor, y no tendrán temor ni se afligirán. Una palabra amable y el perdón son mejores que una limosna seguida de agravios; y Al-lah es Autosuficiente, Indulgen­te. ( ¡Oh creyentes!, No hagáis vanas vuestras limosnas recordando al destinatario vuestros favores o causándole molestias a cambio de lo que le habéis dado. Ese caso sería similar al de quien gasta su fortuna para ser visto por los hombres, y no cree en Al-lah ni en el Ultimo Día. Su caso es similar a una roca lisa, cubierta con tierra, sobre la que cae el aguacero, dejándola desnuda, lisa y dura. Estos no conseguirán mantener nada de lo que han ganado. Y Al-lah no guía a la gente incrédula (C. 2: Al Baqarah: 262-265)

También:

“No rechaces a quien busca tu ayuda” (Ch: 93: Al-Duha: 11)

Pedir limosnas

Incluso los mendigos han de ser tratados con respeto. No ha de tratarse con rudeza al mendigo. Aunque, la mendicidad no es alentada se garantiza el derecho a pedir limosnas cuando uno se encuentra en situación de necesidad imperiosa. Es más, no se permite que nadie hiera la autoestima de los que se ven obligados a pedir.

En la primera época islámica, aun cuando quedaba salvaguar­dada incluso la dignidad de los mendigos, la sociedad en su conjunto logró comprender que no mendigar era ciertamente mejor que hacerlo. En una ocasión, el Santo Fundador del Islamsa mencionó esta comparación, declarando:

“La mano del que ofrece es mejor que la del que recibe.”

Debido a ello un considerable número de musulmanes prefirió morir en la pobreza a tener que pedir para sobrevivir. Para atender sus necesida­des, el Santo Corán recuerda a la sociedad en general, que entre vosotros hay gente que se esfuerza en el camino de Al-lah, que no encuentra medios para salir de su pobreza.

“Estas limosnas son para los pobres que se encuentran detenidos en el camino de Al-lah y que no pueden moverse por la tierra. El hombre ignorante piensa que carecen de necesidades porque se abstienen de pedir. Tú los conocerás por su aspecto, no piden a los hombres de modo inoportuno. Y cualquier riqueza que empleéis para estas personas sabed que Al-lah la conoce perfectamente. (C.2: Al-Baqarah: 274)

Este principio queda aclarado en el siguiente versículo:

“Cuanto Al-lah ha entregado a Su Mensajero como botín del pueblo de las ciudades es para Al-lah, y para el Mensajero, y para los parientes cercanos, y para los huérfanos, los necesitados y los viajeros; para que no circule únicamente entre aquellos de vosotros que sois ricos. Y cuanto os da el Mensajero, tomadlo; y cuanto os prohíba, absteneos de ello. Temed a Al-lah, pues en verdad, Al-lah es severo en la retribución (59: Al-Hashr: 8)

El Santo Profeta del Islam, la paz y bendiciones de Al-lah sean con él, menciona también este principio en una tradición traducida parcialmente así:

Hakim bin Hizam narra: “El Santo Profetasa dijo, “La mano que está arriba es mejor que la mano que está debajo” (es decir, quien da en caridad es mejor que quien la recibe). Se ha de comenzar dando, en primer lugar, a los subordinados. El mejor objeto de caridad es el que otorga una persona adinerada (del dinero que le queda tras los correspondientes gastos). El que se abstiene de pedir a otra ayuda económica, Al-lah se la propor­cionará, y le evitará tener que pedirla a los demás. Al-lah le hará autosuficiente.

Poseéis, pues, un mano superior al servicio de los demás: ofreciendo limosnas y sirviendo a los demás y no siendo los receptores de limosnas ni favores.

¿Que puede ofrecerse en caridad?

Aparte de la manera con la que se ofrece, también es importante lo que se ofrece. Si se ofrece algo que a uno mismo le produciría vergüenza recibir de otro, eso no se puede definir como limosna, según el Santo Corán. Sería como arrojar algo a la papelera.

“Oh creyentes gastad de las cosas buenas que habéis ganado, y de lo que hacemos brotar de la tierra para vosotros; y no seleccio­néis para caridad lo que carece de valor, aquello que no acepta­ríais vosotros mismos sin que os sintáis azora­dos y avergonzados en extremo. Y sabed que Al-lah es sufi­ciente por Sí mismo, Merecedor de Toda Alabanza. (C.2: Al-Baqa­rah: 268)

No es la carne de los animales sacrificados la que llega a A-lah, como tampoco su sangre, sino que es vuestra piedad la que llega a El… (C. 22: Al-Hall: 38)

Dar con discreción y públicamente 

El Islam deja abiertas ambas opciones: gastar públicamente o en privado. El Santo Corán enseña:

“Sea cual fuere lo que gastéis y el voto que formu­léis, Al-lah ciertamente lo conoce bien, y para los malva­dos no habrá defenso­res. Si dais limosnas en público, está bien y es bueno, pero si las dais secretamente al pobre, es incluso mejor para vosotros: El os eliminará muchos de vuestros pecados. Y Al-lah sabe lo que hacéis. (C: 2 Al-Baqarah: 271-272).

Responsabilidades sociales

En el Islam se considera sumamente esencial que quienes tengan la autoridad se sensibilicen hasta tal punto con la causa de su pueblo que no haya necesidad de crear grupos de presión.

De acuerdo con el Santo Corán, el gobernante es responsable, y ha de responder ante Dios, de los asuntos de sus subordina­dos, que están bajo su custodia. En una de las tradiciones del Santo Fundador del Islam (la paz de Dios sea con él) leemos:

“Cada uno de vosotros es como un pastor a quien no le pertenecen las ovejas. Se le confía la responsabilidad de cuidar a las ovejas y deberéis responder por ello.”

La tradición menciona las diversas relaciones en las que uno puede estar al cargo de otras personas como por ejemplo: el amo respecto al criado, la esposa como dama del hogar y el padre como cabeza de familia, ambos responsables de toda la familia; el patrono como responsable de los empleados a su servicio etc. y en cada ocasión el Santo Profeta sa repetía: Recordad que se os pedirán responsabilidades.

Un ejemplo de la primera época del islam

En cierta ocasión, Omar, el Segundo Califa del Islam atravesaba una calle, en un suburbio de Medina, por la noche. Tenía la costumbre de pasear por las calles de incógnito para comprobar personalmen­te como vivía la gente bajo su autori­dad. Desde una casa pudo oír llantos de niños que parecían estar sufriendo. Al indagar comprobó que había tres niños sentados alrededor de la lumbre sobre la cual había una olla hirviendo, estando su madre junto a ellos. Preguntó que les ocurría. Ella contestó: mis hijos tenían hambre, y como no tenía nada para alimentarles, he querido engañarles y he puesto agua y piedras en la olla, para que crean que se está cocinando la comida. Esto es lo que ves.

Con profunda pena y angustia, Omar volvió inmediatamente a su sede de gobierno y se proveyó de harina, mantequilla, carne y dátiles, y los metió en una bolsa. Le pidió a un esclavo que se encontraba cerca, que le ayudara a cargar la bolsa sobre su propia espalda. El esclavo, sorprendido, le preguntó a Omar que por qué quería llevarlo por sí mismo y le pidió que le permitiera llevarlo él en su lugar. Omar contestó: No dudo que puedas llevarme este peso hoy, pero ¿)quién llevará mi carga en el Día del Juicio? Quería significar que en el Día del juicio, el esclavo no estaría en posición de responder por Omar sobre cómo cumplió éste sus responsabi­lidades. Tenía que hacerlo él mismo. Era también una especie de auto-castigo, pues Omar se sentía responsable de la miseria de la mujer pobre e indefensa, y de los niños que había contempla­do. Sentía, en realidad, que la responsabilidad última de la ciudad y sus asuntos eran suyos: una custodia que tenía que atender.

Es imposible que cada jefe de Gobierno imite físicamente el ejemplo de Omar, pero tanto el espíritu como la actitud de Omar permanecen como modelo excelente. Este es el espíritu que deben seguir las sociedades modernas de cualquier parte. Si los gobiernos se mostraran sensibles con la causa y los sufrimien­tos del pueblo, entonces, incluso antes de que la gente alzara la voz expresando su dolor y privaciones, las autoridades se sentirían obligadas a adoptar medidas reparadoras, no por miedo a las exigencias sino por la voz imperiosa de su propia conciencia.

Limites amplios para el gasto

El Santo Corán extiende los límites de lo que debe gastarse en la causa de Al-lah a dimensiones muy amplias. Una frase que se repite con frecuencia en el Sagrado Corán, difícil de encontrar en ningún otro sitio es:

Y los verdaderos creyentes gastan en Nuestra Causa de todo lo que Nosotros Mismos les hemos provisto. (C.2: Al-Baqarah: 4)

Esto abarca todas las facultades, cualidades así como, indudablemente, cualquier tipo de posesión material, relaciones y lazos humanos. La frase también incluye valores como el honor, la paz, el confort etc.

En resumen nada que pueda concebirse está fuera del campo de la expresión árabe WA MIMMA RAZAQNAAHUM

De nuevo resulta llamativo cómo el empleo de la palabra MIN (algo de, de ello) hace que el consejo sea accesible a todo el mundo. No quiere decir que debéis de gastar todo o una parte fija de lo que os hemos dado por Nuestra causa. Todo lo que se pide es que debéis gastar algo de lo que Dios os ha concedido. El ámbito de algo es tan variable que incluso la gente corriente y débil, que carece de valor para realizar sacrificios importantes, pueden, al menos, participar en la medida que les sea permisible. Este es el entorno de servicios sociales que el Islam intenta promover. Pertenece, en parte, a la conducta social del hombre, y en parte, a sus activida­des económi­cas.

En una economía en la que toda la sociedad está orientada hacia la posesión y preocupada sólo por lo que se puede adquirir, es muy difícil e impractica­ble trazar una línea entre lo que es justo e injusto. Es más probable es que tal sociedad traspase el dominio de los derechos de los demás, en lugar de permanecer en el entorno de sus propios límites.

Por el contrario, una sociedad a la que se recuerda y educa constante­mente a ofrecer a los demás más de lo que les pertenece, está lejos de usurpar los derechos de los demás. Es difícil imaginar cómo puede florecer la explotación en tal ambiente.

El servicio a los demás

El principio del concepto islámico del servicio, se describe en un solo versículo de una manera muy bella y clara. Dice:

Oh pueblo del Islam: Sois el mejor pueblo que ha sido exaltado para el bien de la humanidad porque habéis sido exaltados para servir a los demás; ordenáis lo bueno, prohibís lo malo y creéis en Al-lah.”…­ (C.3: Al-Imran: 111)

Continuaréis siendo los mejores siempre que estéis dispues­tos al servicio del prójimo. Si dejáis de servir a los demás no tendréis en adelante derecho a jactaros de la superioridad del Islam ni de la Umma (Comunidad) musulmana.

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