Parte del libro “El Islam y su respuesta a las cuestiones actuales” por Hazrat Mirza Tahir Ahmad (ra)
La confusión en cuanto a la verdadera naturaleza del gobierno islámico
Se está haciendo popular entre los pensadores políticos musulmanes de la época contemporánea, postular que Islam se inclina por la democracia. Según su filosofía política, al ser Dios la autoridad definitiva, la soberanía le corresponde a Él.
La autoridad divina
La soberanía absoluta le corresponde a Dios. El Sagrado Corán recalca Su dominio en el siguiente versículo:
“Exaltado sea pues Al-lah, el Verdadero Soberano. No hay otro Dios sino El, el Señor del Trono Glorioso” (C. 23: Al-Mu´minun: 117).
El principio fundamental de que, en última instancia, todos los derechos a gobernar pertenecen a Dios y que Él es el Señor de la Soberanía, se menciona de distintas formas en el Sagrado Corán, de las cuales el versículo anterior es sólo un ejemplo.
En el manejo de los asuntos políticos, la soberanía de Dios se expresa de dos maneras:
- La Ley (Shariah) por derivarse del Sagrado Corán, la conducta del Santo Profeta del Islam sa y también de las tradiciones establecidas atribuidas a él por los primeros musulmanes, es suprema. Conlleva pautas esenciales para la legislación y ningún gobierno elegido democráticamente puede interferir en la Voluntad expresa de Dios.
- Ningún proceso legislativo sería válido si contradijese el principio antedicho.
Desgraciadamente, sin embargo, no hay unanimidad entre los letrados de las diversas sectas del Islam en cuanto a cuáles son las Leyes bien definidas (Shariah). Todos los letrados están de acuerdo en que la legislación es prerrogativa de Dios y que Él ha expresado Su Voluntad a través de la revelación coránica al Sagrado Fundador del Islam.
En cuanto al modo en que debieran manejarse los gobiernos islámicos, la idea popular es que en los temas, asuntos y medidas administrativas del día a día, el gobierno, como representante del pueblo, sirve como instrumento para expresar la Voluntad de Dios. Como la soberanía pertenece al pueblo a través de un poder delegado, por tanto tal sistema es democrático.
Mul-lahismo
Este es el punto de vista riguroso de la así denominada ortodoxia, que llegaría a un entendimiento con las tendencias democráticas modernas del pueblo musulmán, sólo a condición de que se garantizase al Mul-lah (traducción aproximada del “clero” musulmán) el derecho definitivo a juzgar la validez de las decisiones democráticas, basándose en la Shariah.
Si se aceptase, esta demanda sería equivalente a situar la autoridad legislativa definitiva no en las manos de Dios sino en las manos de los ortodoxos o de alguna otra escuela del clero. Si se considera el enorme poder puesto en sus manos en el escenario de las diferencias fundamentales que prevalecen entre el mismo clero musulmán en lo que se refiere a su comprensión de lo que es y lo que no es Shariah, las consecuencias se presentan horrendas. Hay demasiadas escuelas de jurisprudencia entre los ortodoxos. Incluso dentro de cada escuela de jurisprudencia, el clero no se muestra siempre unánime ante cualquier decreto. De nuevo, su posición en cuanto a cuál es la verdadera Voluntad de Dios según lo expresado en el Shariah Islámica, ha ido cambiando en los diferentes períodos de la historia.
Esto representa un problema complejo para el mundo contemporáneo del Islam, el cual todavía parece estar en busca de su verdadera identidad. Cada vez se está haciendo más aparente para los intelectuales musulmanes que el único punto de encuentro entre el clero es su demanda intransigente de que se ejecute la Shariah.
La revolución iraní ha abierto más el apetito de los Mul-lah en países donde los musulmanes Sunitas son mayoría. Según ellos, si Jomeini puede triunfar, ¿por qué van a fracasar ellos? Detrás de esto está su fantasía – la tierra de sus sueños-.
Las masas están confundidas. ¿Preferirías la Palabra de Dios y la del Sagrado Profeta del Islam (sa) o la de los hombres en una sociedad sin dios y sin temor para que guíen y conformen tus declaraciones políticas? Esta cuestión es extremadamente difícil para una persona común, que se encuentra a sí misma en estado de desconcierto y confusión. Las masas de muchos países musulmanes adoran el Islam y estarían dispuestos a morir por la Voluntad de Dios y el honor del Santo Profeta del Islam sa. Aún así, hay algo dentro de todo el escenario que les deja confusos, molestos y muy intranquilos. A pesar de su amor a Dios y al Santo Profeta sa, les evoca muchos recuerdos sangrientos de gobiernos del pasado que estaban bajo la influencia de los Mul-lahs o que explotaban el Mul-lahismo para su beneficio político.
En cuanto a los políticos musulmanes, parecen estar divididos e indecisos. Algunos no pueden resistirse a explotar esta situación, poniéndose del lado de los Mul-lah y favoreciéndoles. Sin embargo, acarician la esperanza secreta de que a la hora de las elecciones, no serán los Mul-lah sino ellos, los elegidos como firmes defensores de la Shariah. Las masas preferirían confiar más en ellos como guardianes de la Shariah, que en los Mul-lah. La vida sería más sencilla y más realista en sus manos que bajo el control obstinado e inflexible de los “custodios del cielo”. Los más escrupulosos de entre los políticos, son los previsores que consideran este un juego peligroso. ¡Ay! Se están convirtiendo rápidamente en una minoría. La política y la hipocresía y la verdad y los escrúpulos, o cualquier virtud noble en ese asunto, no parecen ir de la mano. En general, los intelectuales se inclinan cada vez más por la democracia. Aman el Islam, pero tienen miedo de un gobierno teocrático. Ven la democracia, no como una alternativa al Islam, sino que creen genuinamente que como filosofía política, es el mismo Sagrado Corán el que propone la democracia:
Quienes escuchan a Su Señor y cumplen la Oración, cuyos asuntos se deciden por consulta mutua, y emplean de lo que les hemos proporcionado” (C. 42: Al-Shura: 39).
Y consúltales en asuntos de administración; y cuando estés decidido, pon tu confianza en Al-lah. En verdad, Al-lah ama a quien pone en El su confianza” (C. 3: Al-Imran: 60).
Como claro resultado de esta lucha crítica entre las diversas facciones, los países musulmanes jóvenes, como Pakistán, se encuentran a sí mismos en un galimatías de confusión y contradicción. El electorado es temperamentalmente adverso al retorno de los Mul-lahs a las asambleas constituyentes en número significativo. Incluso en la cima de la fiebre de la Shariah, apenas del cinco al diez por ciento de los Mul-lahs logran el triunfo en las elecciones. Sin embargo, al haberse comprometido a la Ley de Dios a cambio del apoyo adicional de los Mul-lahs, los políticos se encuentran a sí mismos en una posición nada envidiable. En el fondo, están completamente convencidos de que la aceptación de la Shariah es, en realidad, contradictoria con el principio de legislatura a través de una cámara de representantes elegida democráticamente.
Si la autoridad para legislar recae en Dios, lo cual no puede negar un musulmán, entonces, como consecuencia lógica, son los teólogos y los Mul-lahs los que poseen la prerrogativa de comprender y definir la ley de la Shariah. En este escenario, todo el ejercicio de elección de cuerpos legislativos se vuelve inútil y carente de sentido. Después de todo, a los miembros del Parlamento no se les requiere que firmen solo sobre las líneas de puntos que les indiquen los Mul-lahs.
Es bastante trágico saber que ni el político ni el intelectual han intentado nunca comprender con sinceridad la forma o formas de gobierno que el Sagrado Corán realmente propone o reconoce.
Lealtades divididas entre el estado y la religión.
No hay contradicción entre la Palabra de Dios y la Acción de Dios. No hay choque entre lealtad al estado propio y a la religión en el Islam. Pero esta cuestión no afecta sólo al Islam.
Hay muchos episodios en la historia del hombre en los que un Estado establecido se vio afrontado a esta cuestión.
El Imperio Romano, especialmente durante los tres primeros siglos del período cristiano, culpó a la Cristiandad de lealtades divididas entre el Imperio y La Cristiandad. Esta acusación del estado acabó en la persecución extremadamente salvaje e inhumana de los primeros cristianos en sus hogares, por el supuesto crimen de traición y deslealtad al Emperador.
Esta lucha entre la Iglesia y el Estado ha constituido siempre un factor importante en la construcción de la historia europea. Napoleón Bonaparte, por ejemplo, culpaba al Catolicismo Romano de dividir lealtades y afirmaba que la primera lealtad se debía al pueblo francés y al gobierno de Francia y que no se permitiría a ningún Papa Vaticano gobernar los asuntos de los católicos romanos en Francia, ni se permitiría al Catolicismo Romano interferir en los asuntos del estado.
En la historia reciente, mi propia comunidad, los áhmadis musulmanes, afrontan en Pakistán serios problemas sobre las mismas bases. Cuando la influencia del clero medievalista empezó a resurgir bajo la protección del General Muhammad Zia-ul-Haq, el dictador militar de más largo gobierno en Pakistán, los Áhmadis fueron convertidos progresivamente en víctimas populares de esta vieja acusación de lealtades divididas. El Gobierno de Pakistán bajo el General Zia, incluso procedió a editar una especie de Libro Blanco contra los Áhmadis, proclamando que los Áhmadis no eran leales ni al Islam ni al estado de Pakistán.
Era el mismo espíritu de locura poseyendo a nuevos sujetos. El vino sigue siendo el mismo, aunque las copas hayan cambiado.
Más recientemente, durante el notorio asunto de Salman Rushdie, los musulmanes de Gran Bretaña y muchas partes de Europa se enfrentaron a un problema similar al ser acusados de poseer lealtades divididas. Aunque su intensidad no llegó al rojo vivo, el fuerte daño que supone para las relaciones intercomunitarias, no debiera subestimarse.
¿Debiera la religión tener autoridad legislativa exclusiva?
Se trata de un fenómeno universal, por tanto, que nunca se ha investigado seriamente. Ni los políticos ni los líderes religiosos han resuelto nunca la fina línea azul que divide la religión del estado.
En lo que a los cristianos se refiere, este tema debiera haberse resuelto de una vez por todas cuando Jesús, la paz sea con él, dio su histórica réplica a los fariseos:
Entonces les replicó: “Pues lo que es del César devolvédselo al César, y lo que es de Dios, a Dios”. (Mateo 22,21)
Estas breves palabras están llenas de profunda sabiduría. Todo lo que hay que decir, está dicho.
La religión y el modo de gobierno son dos de las muchas ruedas del vagón de la sociedad. Es, en realidad, irrelevante que haya dos, cuatro u ocho ruedas mientras que mantengan la orientación correcta y giren dentro de sus órbitas. No puede haber problemas de conflicto mutuo o confrontación.
En total acuerdo con sus primeras enseñanzas divinas, el Sagrado Corán estudia este tema demarcando con claridad la esfera de actividades de cada componente de la sociedad. Se-ría simplificar demasiado el tema, concebir que no haya punto de encuentro o base común que compartan la religión y el estado. Desde luego que se solapan, aunque sólo en un espíritu mutuo de cooperación. No hay intención de monopolizar.
Por ejemplo, una gran parte de la educación moral de cada religión se convierte en parte esencial de la legislación en cada estado del mundo. En algunos estados, puede constituir una pequeña parte; en otros una parte relativamente más grande de la ley. Los castigos prescritos pueden ser suaves o severos, pero las desaprobaciones religiosas de muchos crímenes que se castigan, pueden descubrirse siempre sin referencia a la religión. Aunque puedan estar en desacuerdo con muchas leyes seglares, en lo que se refiere a la gente que pertenece a diferentes religiones, rara vez eligen enfrentarse en tales temas con el gobierno establecido.
Esto se aplica no sólo a musulmanes o cristianos sino también a todas las religiones del mundo por igual. Desde luego que las leyes hindúes puras de MANUSMARTI están en total contraposición con la legislación seglar de los gobiernos políticos de la India. Sin embargo, en cierto modo, la gente parece vivir en un estado de compromiso.
Si se invocase de un modo serio la ley religiosa contra los sistemas políticos reinantes en los diferentes países, lo más probable es que el mundo se transformase en un baño de sangre. Pero afortunadamente para el hombre, esto no es así.
En lo que se refiere al Islam, no debería existir tal problema porque el principio definitivo y firme propuesto por el Islam a este respecto es el principio de la justicia absoluta. Este principio se mantiene como centro y fundamento para todas las formas de gobierno que proclaman ser islámicas de espíritu.
¡Ay! Este punto tan fundamental en la comprensión del concepto islámico de modo de gobierno es poco comprendido, si es que lo es, por los pensadores políticos del Islam. Se equivocan al hacer una distinción entre la aplicación de la ley común relativa a los crímenes que son de naturaleza universal y sin ningún soporte religioso, y los crímenes que son específicos de ciertos preceptos de esa religión. Por lo tanto, sólo los partidarios de tales religiones son susceptibles de acusación.
Estas dos categorías no están definidas con claridad. Hay un área gris de considerable tamaño donde los crímenes comunes pueden tener un soporte religioso o moral, a la vez que constituyen una serie de ofensas contra las normas humanas aceptadas. Por ejemplo, el acto de robar es un crimen que varía en grados de condena y pena prescrita. De modo similar, están las cuestiones de asesinato, embriaguez o altercado público que están parcial o totalmente prohibidas por muchas religiones. Algunas religiones han prescrito penas específicas para estas ofensas.
Surge entonces la cuestión de cómo debiera administrar un estado tales crímenes. Esta cuestión hace que surja a su vez la pregunta de si el Islam proporciona acaso una fórmula clara y bien definida que pueda adoptar un gobierno musulmán y uno no musulmán. Si un gobierno musulmán ha sido definido como tal en el Islam, entonces surgirán otras cuestiones muy importantes, p.e. la validez de un estado que se considere bajo alguna instrucción religiosa específica y que imponga las enseñanzas de esa religión a todos sus ciudadanos, independientemente de que pertenezcan o no a dicha religión.
Las religiones tienen el deber de atraer la atención de la legislatura a los temas morales. No es necesario que toda la legislación esté dispuesta bajo la jurisdicción de las religiones.
Con tantas sectas diferentes y matices de diversas creencias entre una secta y otra y una religión y otra, nada salvo la confusión total y anarquía sería el resultado. Tomemos por ejemplo la pena por consumo de alcohol. Aunque está prohibido en el Sagrado Corán, no hay castigo especificado por el mismo Corán. Hay quien confía en ciertas tradiciones que, a su vez, son desafiadas por diversas escuelas de jurisprudencia. En una localidad o país, la pena sería completamente distinta a la de cualquier otro lugar. La ignorancia de la ley sería predominante. Lo que se mantiene cierto para el Islam, es también cierto para otras fes. La ley talmúdica sería completamente impracticable. Lo mismo podría decirse del cristianismo.
Un creyente de cualquier religión puede practicar sus creencias incluso bajo una ley seglar. Puede guiarse por la verdad, sin que ninguna ley del estado interfiera en su capacidad de decir la verdad. Puede observar sus Oraciones y llevar a cabo sus ritos de culto sin necesidad de que una ley específica aprobada por el estado tenga que permitírselo.
Esta cuestión se puede examinar también desde otro ángulo interesante. Si el Islam está de acuerdo con la cuestión de un gobierno musulmán en países donde los musulmanes son mayoría, entonces por la misma regla de justicia absoluta, el Islam debe conceder el derecho a otros gobiernos, de gobernar a sus países de acuerdo a los dictados de la religión de la mayoría. Por ejemplo, en lo que se refiere a su vecino de al lado, la India, el Pakistán tendría que aceptar la ley hindú para todos los ciudadanos hindúes. De ser así, sería desde luego un día muy trágico para los más de cien millones de musulmanes hindúes que perderían todos los derechos a sobrevivir de forma honrosa en la India. Una vez más, si la India tuviera que ser gobernada por el Manusmarti, por qué se le debiera denegar al estado de Israel el derecho a gobernar tanto a judíos como a gentiles por la ley del Talmud. Si esto ocurriera, la vida se haría extremadamente desgraciada no sólo para el pueblo de Israel, sino también para un gran número de los mismos judíos.
Pero este concepto de diferentes estados religiosos en diferentes países, sólo puede ocupar un lugar válido en el Islam, si este propusiera que, en los países con mayoría musulmana, la Shariah (ley) islámico debe prevalecer por la fuerza de la ley. Esto crearía de nuevo una situación paradójica universal, porque por un lado, y en nombre de la justicia absoluta, a todos los estados se les daría el derecho a imponer sobre sus gentes la ley de la religión mayoritaria. Por otra parte, cada rito de la minoría religiosa en los distintos países del mundo, sería sometido a la severa norma de una religión en la que no creen. Esto constituiría una afrenta al mismísimo concepto de justicia absoluta.
Este dilema no se ha tomado en consideración ni se ha intentado resolver por parte de los proponentes de la ley islámica en los así llamados estados musulmanes. Según mi interpretación de las enseñanzas islámicas, todos los estados deberían gobernarse por el mismo principio de justicia absoluta y como tal cada estado se convierte en un estado musulmán.
A la vista de estos argumentos y del concepto primordial de que no ha de existir coacción en los temas de fe, la religión no necesita ser la autoridad legislativa predominante en los asuntos políticos de un estado.
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