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El Sufismo: Su historia, ciencia y renacimiento

Los términos “tassawuf” y “sufí”

La palabra Tasawuf, o sufismo, ha sido explicada de varias maneras, dos de las cuales, tal vez, destaquen por ser conspicuas y esencialmente correctas. Suf, el término árabe para la lana, haría que el término sufí significara el tejedor de una lana simple pero dura para mantenerse alerta y vigilante. Safwat es otra derivación que significa pureza y purificación. Esta raíz tiene su apoyo en la regla etimológica árabe de la transposición o taklib. Puesto que los verdaderos sufíes, a diferencia de la corriente general de la humanidad cuyo único deseo consumidor es este mundo y sus encantos, se aplicaban en cuerpo y alma a la purificación interior y a la purga del corazón de todos los deseos pecaminosos, de ahí que a este bendito grupo que había dado la espalda a todos los caminos mundanos se les llamara sufíes, pues al hacerlo no tenían en mente otra cosa que la transformación completa y el cambio del corazón.

¿Es el sufismo ajeno al islam?

Se ha escrito mucho sobre los sufíes y el sufismo, tanto en Oriente como en Occidente, y existe una vasta y creciente literatura escrita por los propios sufíes. Generalmente se ha supuesto que el sufismo es un crecimiento extranjero, principalmente de origen persa o budista, y que sus objetivos y enseñanzas son en su mayoría antagónicos al verdadero islam. Sin embargo, debido a los largos contactos y a la interacción mutua, se ha ido introduciendo gradualmente en el islam.

Nada puede estar más lejos de los hechos.

El profesor Nicholson, que ha profundizado en el tema, ha tenido que admitir que tal teoría es insostenible. Dice que la investigación moderna ha “desacreditado las generalizaciones arrolladoras que representan el sufismo como una reacción de la mente aria contra una religión semítica conquistadora, y esencialmente un producto del pensamiento indio o persa”.

“Si el sufismo”, prosigue, “no fue más que una revuelta del espíritu ario, ¿cómo vamos a explicar el hecho indudable de que algunos de los principales pioneros del misticismo mahometano fueran nativos de Siria y Egipto, y árabes de raza?”. La teología, la filosofía y la ciencia musulmanas, según él, habían echado sus primeros brotes frondosos antes de que el islam entrara en contacto con el budismo o el vedantismo. “En espíritu”, piensa, “el budismo y el sufismo son polos opuestos. El budista se moraliza a sí mismo; el sufí se vuelve moral sólo conociendo y amando a Dios”.

De hecho, esta teoría de la reacción persa o aria, en lo que respecta al mejor y original sufismo, no está en absoluto en consonancia con los hechos. Los elementos persas y arios han desempeñado un papel tan importante en las ciencias puramente islámicas de la gramática árabe, la jurisprudencia, los comentarios, etc., que los fantasiosos vuelos de la imaginación ni siquiera podrían relacionarlos con influencias helenísticas o indo-persas. El mero hecho de que un persa tomara parte muy destacada en el movimiento en los últimos tiempos no es motivo para suponer que tuviera un origen persa, especialmente ante el hecho de que toda la urdimbre del sufismo es islámica. Las teorías helenísticas, o egipcias, son aún más irrelevantes, al igual que la afirmación de que el sufismo le debe algo al cristianismo. Para establecer una conexión histórica, en palabras del autor de La Mística del Islam: “No basta con aportar pruebas de su semejanza, sin demostrar al mismo tiempo (1) que la relación real de B con A era tal que hacía posible la supuesta filiación, y (2) que la posible hipótesis encaja con todos los hechos comprobados y relevantes”.

Según los grandes expertos entre los sufíes, el islam ha sido la única religión con Dios, y cualquiera que se desvíe un pelo de ella es considerado por ellos como alguien que anda a tientas en la oscuridad y se arrastra en el lodazal de la ignorancia. Para los sufíes, Muhammad es la encarnación de todas las perfecciones y excelencias; le llaman el ejemplo y el ejemplar perfectos. Los grandes entre ellos piensan que la luz de Muhammad existía antes que cualquier otra creación, y dicen que todas las demás luces entre la humanidad no eran más que manifestaciones parciales de la misma que encontró su expresión más elevada, brillante y completa en la persona de Muhammad de Arabia – la paz y las bendiciones de Dios sean con todos ellos. Sostienen que la religión de todos los profetas ha sido el islam; la diferencia es sólo de grado, siendo los principios los mismos. Todos estos maestros, dicen, hacían hincapié en el servicio a Dios, así como en el servicio a sus semejantes. Esto se resume en la palabra islam, que significa sumisión total y absoluta a la voluntad de Al’lah. El amor, admiten, debe ser el motivo que guíe al novicio y al iniciado temprano, y citan capítulos y versículos del Sagrado Corán y de la tradición del Santo Profeta. Citan a Jesús y a Buda, y también a otros – no para fundamentar los principios de sus enseñanzas, para lo cual acuden únicamente al islam – sino sólo para corroborarlos, y afirman que incluso el amor tiene su lado egoísta.

Por lo tanto, para el grado perfecto y más elevado de sufí, recomiendan el estado sin pasión, aunque más activo, de aquel que, en perfecta resignación a la voluntad de Al’lah, olvida por completo su propio yo, pero cuya vida es una cadena continua de actividades en el camino de Dios. Esta es, según ellos, la primera etapa de un aspirante a la perfección. Sin embargo, no debe confundirse con la idea budista del Nirvana, que los sufíes repudian totalmente, y a la que tendremos ocasión de referirnos más adelante.

La historia del sufismo

Para conocer el sufismo, tendremos que conocer su historia desde el punto de vista sufí. No porque tengamos que tragarnos lo que diga una partida interesada, sino porque la suya es información de primera mano y está en la mejor posición para tratarla con simpatía. Por supuesto, podemos aplicar todos los cánones de la historia y de la crítica histórica, pero el marco debe ser el suyo. Como hemos dicho antes, todos los grandes maestros desde el punto de vista sufí han sido los grandes maestros sufíes del mundo, Muhammad a la cabeza de todos ellos, el hombre ideal y perfecto, Al Insanul Kamil, y el islam como la expresión más perfecta del sufismo. Dicen que cuando apareció este Insanul Kamil, el mundo estaba sumido en la peor forma de superstición, ignorancia y maldad, y los árabes eran el peor pueblo en ese sentido. Sin embargo, bajo los benignos rayos de esa Luz Celestial, se transformaron en los amantes Divinos más temerosos de Dios que el mundo haya visto jamás. No sólo se convirtieron en estrellas brillantes en el firmamento Espiritual, sino que se convirtieron en los portadores de la antorcha en las artes y las ciencias. Bajo la influencia magnética y el entrenamiento divino de esa personalidad Celestial, los árabes vieron un maravilloso desarrollo de todas las facultades y poderes humanos. Cuando se acercó el momento de su partida de este lugar terrenal, estaban en condiciones de continuar su obra de transformación del mundo, y el mundo entero fue testigo de cambios milagrosos. Esta generación hizo su trabajo y falleció, dejando paso a otra que retomó el mismo, y ellos también fallecieron, dejando su trabajo en manos de sus sucesores. Durante este intervalo, nuevos pueblos y naciones habían comenzado a unirse a las filas de este gran sufí. Las naciones de habla árabe podían comprenderle mejor porque hablaba su lengua y vivía sus costumbres. Además, eran testigos presenciales. Con la llegada de los no árabes, el trabajo aumentó y, con el tiempo, según los gustos y temperamentos individuales, se produjo necesariamente una división del trabajo.

Los pueblos de lengua árabe, o los que adoptaron el árabe como lengua materna, no sintieron ninguna dificultad lingüística o tradicional. Habían visto al gran sufí en persona, o habían visto a quienes le habían visto y estaban imbuidos de su espíritu. O bien, eran los que habían vivido en contacto con los que habían visto a estos últimos. Pero a los no árabes, había que explicarles la dificultad de la lengua, la vida, la tradición y la palabra divina. Sin embargo, nadie podía mostrar mejor celo ni mayor sinceridad que estos mismos no árabes, que al principio habían resistido y perseguido al gran sufí, pero que ahora se habían convertido en sus ardientes admiradores. Así, junto con los árabes, encontramos a los no árabes, en particular los persas, escribiendo tratados de gramática árabe, comentarios árabes del Sagrado Corán, y jurisprudencia islámica, en beneficio de sus propios compatriotas y de sus afines. No fue una secesión, ni una reacción; fue como debía haber sido.

Otro gran factor en juego fue la época. Los historiadores sufíes escriben, y la experiencia humana en todo el mundo confirma su afirmación, que con el paso del tiempo, la influencia espiritual de los grandes sufíes comenzó a menguar. La riqueza, con todo lo que representa, comenzó a ejercer su propia influencia. El pasado adquirió el halo del romanticismo. La experiencia se oscureció con el empuje del mundo, y las esperanzas de un futuro avance espiritual adquirieron un aspecto más remoto. Este fue un gran factor; pero hubo otras causas naturales en acción.

Cada hombre, para subrayar la importancia de su propia ciencia y del tema que le interesa, tiene que dedicarle toda su vida, con el resultado de que el tema de su interés se convierte en una pasión para él. Se hace hincapié en cada tema, individualmente y por separado, lo cual es un concomitante necesario, así como una consecuencia del principio de la división del trabajo. Este principio de divisiones debido al paso del tiempo y al intenso trabajo, estudio y edificación, junto con las diferencias de opinión y de naturaleza humana, también afectó a la trayectoria del sufismo.

Mientras el Maestro sufí estuvo entre ellos, no hubo cuestión de esta división del trabajo. Él era todo en todos. Amaba sus enseñanzas y era el perfecto ejemplar divino; también lo eran sus seguidores inmediatos. Él había fallecido, y sus compañeros y la generación que les siguió, que estaban imbuidos del espíritu del Maestro, también fallecieron. En su tiempo no se planteaba la cuestión de la división del trabajo, pero ahora era inevitable. Los grandes sufíes de este periodo, al darse cuenta de las ventajas y desventajas de esta posición, asumieron este trabajo espiritual, no a modo de protesta, sino en aras de la colaboración y para completar la labor de los demás trabajadores del campo.

Los historiadores sufíes insisten y reiteran el hecho de que Muhammad, el Maestro sufí, representaba todo lo mejor del hombre, ya fuera en relación con su vida física, intelectual, mental o espiritual. Según ellos, era el humano ideal de todo lo que es mejor en los multitudinarios aspectos de la vida humana. Aducen hechos de su vida para demostrar cómo estaba en el mundo y, sin embargo, podía llevar una vida desapegada. Mientras este apego representara un propósito divino y lo cumpliera, él estaba a favor. Sin embargo, estaba dispuesto a sacrificarlo si de alguna manera se interponía entre él y su Dios. Porque su punto de vista es éste, que el único propósito de la religión – especialmente del islam – es establecer la relación correcta entre Dios y el hombre y de servicio a la humanidad. Las oraciones y los ayunos, las peregrinaciones y los sacrificios se establecieron, no porque sean un fin en sí mismos, sino porque son un medio para un fin. Dicen, por ejemplo, que allí donde la Santa Palabra ordena la oración, hace hincapié también en el fin, ya que dice que la oración debe tener por objeto frenar y refrenar el mal – la mala inclinación del hombre. Además, argumentan que, si la oración fuera un fin en sí misma, ¿por qué en otros lugares la misma palabra de Dios pronuncia ‘ay’ sobre cierto tipo de suplicantes? Lo mismo ocurre con el ayuno. El mismo versículo que lo ordena, también establece el propósito de cultivar la piedad y la devoción como resultado del mismo. Lo mismo ocurre con el sacrificio. La palabra de Dios, dicen, señala inequívocamente que la sangre y la carne del animal sacrificado no llegan a Dios. Más bien, es la piedad y la pureza del corazón, y la sinceridad del motivo que inspira y acciona este sacrificio, lo que llega a Dios:

“Es una peregrinación mayor dominarte a ti mismo; un corazón vale más que mil Kaabas. La Kaaba fue construida por Khalil hijo de Azar, pero el corazón es el paso del Grande”.

De este modo señalan el propósito y la función de cada parte del ritual islámico. Al mismo tiempo, se cuidan de cumplir la ley al pie de la letra, pues afirman que, aunque el Espíritu es la Vida, no puede haber vida sin el cuerpo. Podían haber pensado en una abstracción aparte del objeto, pero ninguna abstracción podría existir sin la forma exterior. Por eso partieron con el propósito de completar y realizar, y nunca con el propósito de cancelar o abolir. Ese, decían, era el camino hacia el libertinaje, que aborrecían con mayor repugnancia que incluso los literalistas. Esta cooperación entre ellos y los trabajadores de otras ramas del islam continuó sin ningún contratiempo hasta que la degeneración se instaló entre todos los corrientes.

Fieles registradores como eran de los acontecimientos, no podían, por supuesto, pasar por alto los enfrentamientos que se produjeron posteriormente entre los formalistas y ellos mismos. Sin embargo, esto tuvo lugar tarde, cuando ambos bandos empezaban a derivar hacia los extremos. Los mejores días de los formalistas, en la época más próspera del formalismo, coincidieron con los mejores días del sufismo, y eso abarcó un largo período de muchos siglos. La ruptura se produjo cuando personas cismáticas de ambos bandos empezaron a enfatizar su punto de vista para descrédito de los demás, lo que la gente sensata de todos los partidos siempre ha visto con desagrado.

En la actualidad, la amargura del pasado ha dado paso a la tolerancia en ambos bandos, aunque atisbos de la antigua rivalidad encuentran a veces expresión en escritos enconados; pero en general hay una buena dosis de tolerancia mutua. Dice el profesor Nicholson: “Los sufíes, en lugar de ser excomulgados, están firmemente establecidos en la Iglesia mahometana”.

Como hemos dicho antes, las enseñanzas sufíes fueron tomadas en mano en el momento oportuno por los árabes y los no árabes; los persas, en particular. Fue debido a las bellezas del islam que los persas entraron en su redil. También ellos hicieron suya la causa espiritual con gran avidez. Si se hubieran unido con el propósito de romper el islam, o si su acción se hubiera debido a la reacción natural provocada por una civilización superior pero decadente, ¿cómo es que tenemos hombres de ascendencia u origen persa como el Imam Muhammad Bin Ismail Bujari, Muslim Bin Hayay de Nishapur, Abu Isa Tirmidhi, el gran jurista Imam Abu Hanifa Nu’man, Imam Abu Yusef, Ya’Kub, See-vaih y Abu Ali Farsi – siendo los tres últimos los más grandes gramáticos, todos los cuales han desempeñado un papel importante en la historia del islam y su propagación? Con toda la reverencia debida, es difícil encontrar tal galaxia de nombres famosos, incluso en las filas de los sufíes que se enorgullecían de seguirlos, o de los grandes musulmanes árabes. Además, algunos de los grandes nombres de la jurisprudencia han sido igualmente grandes en el sufismo, por ejemplo, Abu Haneefa, Shafaee y Rabia Basri. La necesidad es la madre de la invención; fue la necesidad la que les impulsó en diversas direcciones. Las diversas ramas de la religión musulmana fueron adoptadas por los grandes cuando se sintió la necesidad de ellas. En resumen, los persas no participaron únicamente en el movimiento sufí, sino que sus actividades fueron visibles en todas partes en todas las ramas en interés del islam. Si se necesitaba la mera lectura del Sagrado Corán, estaban en primera línea. Si se sentía la necesidad de la vertiente espiritual, los encontramos hombro con hombro con los demás.

La razón por la que no se dio importancia a la propaganda sufí en los primeros tiempos del islam fue porque no se necesitaba. Es inútil dar a la gente una instrucción formal cuando lleva una vida recta y conoce a fondo el tema en sus aspectos esenciales y prácticos. Si una persona conoce un idioma como lengua materna, es poco necesario que reciba instrucción gramatical. El aspecto gramatical se enfatiza cuando los extranjeros necesitan aprenderlo. Todas estas ciencias nacieron en el momento oportuno. Los grandes escritores sufíes dicen que los compañeros del Santo Profeta no necesitaron ser instruidos en el sufismo, aunque encontramos que ya en los días del Jilfat de Ali, el propio Ali, su hijo Hassan, Abu Zarr Ghaffari, y una multitud de otros se dedicaron a esta causa porque el elemento extranjero había empezado a aumentar. También lo hizo la generación que les siguió, así como los seguidores de estos seguidores. Pero al igual que con el paso del tiempo la luz espiritual empezó a oscurecerse, con la llegada de gente nueva surgió la necesidad, y con el tiempo el sufismo se convirtió en una ciencia regular.

Los escritores sufíes, especialmente los de origen persa, dan otra explicación muy interesante de la obsesión persa por el sufismo. El sufismo, dicen, es el espíritu del islam. En cuanto los persas se dieron cuenta de que habían cometido un error muy grande al resistirse y perseguir al Maestro sufí de todos los tiempos, y cayeron en la cuenta de que habían sido los mayores perdedores al rechazar las bendiciones divinas, entonces, con una contrición de espíritu nacida de un arrepentimiento sincero y profundo, hicieron todo lo posible por reparar su pasado. Si algunos de ellos superaron a sus contemporáneos árabes, no es de extrañar, pues todo se debió al celo nacido de un espíritu arrepentido. Algunos de ellos mostraron una seriedad tan grande en su nuevo trabajo que se les clasifica con algunos de los hombres más destacados de la primera generación. Intentaron reproducir en sí mismos ese mismo espíritu que animaba a la primera generación. Por eso algunos de estos escritores sufíes, que escriben desde un punto de vista subjetivo, dan tanta prominencia a estos sufíes avanzados.

Los principios básicos del sufismo

Los sufíes dicen que el sufismo se basa en el amor a dios y el servicio a la humanidad. De hecho, ambos principios son realmente uno: el Amor Divino. Sus grandes líderes dicen que la ética y la moral, el servicio y la vida correcta, son el resultado directo de este amor. Dicen que la iniciativa siempre recae en el Amor Divino, que genera el amor humano como con el proceso de inducción. Tan pronto como el amor humano comienza a agitarse, el amor Divino comienza a descender y a unirse con el amor humano. Los escritores sufíes citan un conocido dicho del Profeta que dice que Dios le dijo que era un tesoro oculto, pero que deseaba ser conocido, y por eso creó a Adán. De nuevo, continúa el Profeta, si un hombre se agita, Dios se mueve hacia él; si camina, entonces Dios corre en su dirección.

Hay que tener en cuenta que, aunque de vez en cuando, estos maestros sufíes citan a Jesús, Buda, Sócrates y otros, eso no es más que un apoyo y una confirmación adicionales de sus puntos de vista, que invariablemente se basan en el Corán y en las tradiciones del Santo Profeta. Ibn al Arabi declara que ninguna religión es más sublime que la religión del Amor. Proclama que el islam es peculiarmente la religión del Amor, en la medida en que el Profeta Muhammad es llamado el Amado de Dios (Habib), y por eso han puesto el mayor énfasis en el amor. “El amor de los hombres por Dios”, dice Hujwairi, “es una cualidad que se manifiesta en el corazón de los creyentes piadosos… que abjuran del recuerdo de todo lo demás”. “Creía que amaba a Dios”, dijo Bayazeed, “pero al considerarlo, vi que Su amor precedía al mío”. Junaid definió el amor como la sustitución de las cualidades del Amado por las del Amante, apoyándose en el conocido dicho del Santo Profeta que dice que el amor del hombre es en realidad el efecto del amor de Dios. “Si Te adoro por Ti mismo, no retengas Tu belleza eterna”, dice Rabia Basri.

De nuevo:

“Su amor entró y eliminó todo lo que no fuera Él, y no dejó rastro de nada más, de modo que permaneció único como Él es único”. (Bayazid)

“Sentirse uno con Dios por un momento es mejor que todos los actos de adoración de los hombres desde el principio del mundo hasta el fin del mundo”. (Shibli)

“El miedo al fuego en comparación con el miedo a separarse del Amado es como una gota de agua arrojada al océano más poderoso”. (Zun Nun)

“Tú mismo has rociado con sal la herida que ha suscitado los gritos de Tus amantes angustiados. La suavidad de un dulce rostro es parte de Tu belleza, y cada rizado mechón apunta hacia Ti”. (Hazrat Ahmad)

“Oh Amor, qué signos maravillosos has mostrado. El corte y el ungüento, Tú los has hecho iguales en el camino del Amado. Tu amor es un remedio para mil males. Por Tu Rostro, la verdadera liberación consiste en Tu atadura”. (Farruj)

“Si el secreto del Amor entre Él y yo hubiera sido revelado, miles de vidas habrían sido ofrecidas como sacrificio a mi puerta”. (El Mesías Prometido)

“Los místicos musulmanes gozaban de mayor libertad de expresión que sus hermanos cristianos, que debían lealtad a la Iglesia católica medieval”, afirma el profesor Nicholson, “y si se excedían, el alegato del éxtasis era generalmente aceptado como excusa suficiente… Sus expresiones eran audaces e intransigentes”.

Sabemos que nunca dudaron en utilizar dichos de Jesús y de otros grandes maestros a modo de pruebas suplementarias de sus enseñanzas, pero quizá sorprenda a muchos que muy raramente utilizaran la definición evangélica de que Dios es Amor. Su punto de vista es tan sublime que tal definición no encajaría. Según ellos, el Amor es uno de los atributos de Dios y no su definición completa. Por eso siempre se apoyan en el Sagrado Corán, las tradiciones, y las obras de otros santos musulmanes. La paternidad de Dios les parece una idea imperfecta. Por eso el versículo coránico:

“Oh, creyentes, recordad a Dios con una intensidad de amor como recordáis a vuestros padres, o aún más”

cala honda en sus corazones. Otro versículo que los arroba es:

“Oh, creyentes, si amáis a Dios, seguidme, y así (vosotros mismos) os convertiréis en los amados de Dios”.

El amor al Profeta y el amor a la Palabra de Dios con ellos equivalen al Amor Divino, una expresión práctica del mismo. Por eso, según la interpretación sufí, nunca pueden disociarse de Dios.

Según las grandes mentes sufíes, este Amor Divino ha encontrado su máxima expresión en la resignación total y la sumisión completa a la Voluntad de Al’lah. “Hágase Tu Voluntad” fue pronunciado para dar expresión a este mismo sentimiento. De hecho, ésta es la etapa culminante del Amor. Qué embelesados y qué elocuentes son los escritores sufíes cuando, con palabras elogiosas, comentan los siguientes versículos coránicos:

“Diles: Si vuestros padres, vuestros hijos y vuestros hermanos, vuestras mujeres y vuestras gentes, y la riqueza que habéis adquirido, y el negocio cuya ruina teméis y las viviendas que amáis os son más queridos que Al’lah y Su Mensajero y que los esfuerzos por Su causa, entonces esperad que Al’lah venga con Su juicio; pues Al’lah no guía a las gentes desobedientes.”

“Di: Mis oraciones y mis sacrificios, mi vida y mi muerte son para Al’lah. No hay nadie fuera de Él. Esa es mi orden (deber), y yo soy el primero de los creyentes”.

El amor a Dios y la sumisión total a Su Voluntad son los principios primero y último. Según estas sufíes, todo el fundamento del islam se basa en estas dos bisagras.

Las diversas etapas del sufismo

Por supuesto, el sufismo se ha desarrollado hasta convertirse en una ciencia, en la que se han clasificado hasta los puntos más sutiles del carácter de una persona. Es a la vez un compuesto de ética, filosofía, metafísica, psicología, espiritualismo, etc. Se ha escrito una vasta literatura sobre cada fase del tema, y problemas abstrusos como la realidad de Dios, Su Unidad, el problema del bien y del mal, la responsabilidad del hombre o no, Dios y Sus atributos, el panteísmo, las cosas creadas y no creadas, la materia y el alma, la vida y la muerte, y casi todos esos puntos han sido tratados con gran detalle y con una profundidad mental que desconcertaría a los estudiantes de psicología abstrusa de hoy en día. Es imposible tratarlos todos aquí. Baste decir que, con las mentes maestras entre los sufíes, no se trataba de meros ejercicios mentales. Sus discusiones siempre tenían relación con la vida y, además, estaban a la altura de sus profesiones. Independientemente de las opiniones que expresaran, nunca pretendieron ser libertinos. Todos sus esfuerzos estaban dirigidos a la mejora de sí mismos. A medida que desarrollaron el sufismo hasta convertirlo en una ciencia, crearon además su propia terminología. Al sufí que parte en busca de Dios se le llama salik (viajero). Avanza por etapas lentas (maqamat) a lo largo de un camino (tariqa) hasta la meta de la unión con la Realidad (fana fil Haqiqat). En general, hay siete etapas: (1) Arrepentimiento (2) Abstinencia; (3) Renuncia; (4) Pobreza; (5) Paciencia; (6) Confianza en Dios; y (7) Satisfacción.

Una vez que el viajero ha progresado por este camino, se eleva a los planos superiores de Ma’rifat (gnosis) y Haqiqat (la Verdad). Conviene señalar que la renuncia sufí difiere de las renuncias cristiana y budista.

El sufí es un verdadero musulmán. No cree en la mera alteridad, ni en el celibato y el monacato. Todos los grandes maestros sufíes llevaron una vida felizmente casada. Esta renuncia es el uso correcto de todos los poderes otorgados al hombre por Dios. El sufí está en el mundo, pero está fuera de él. Afronta los riesgos como un alma valiente y obediente. Nunca rehúye su responsabilidad, pues el Profeta había dicho que a un soltero que eludiera la gran responsabilidad de la vida no se le podían confiar responsabilidades mayores.

Los sufíes tienen tres etapas más avanzadas. De hecho, las divisiones son muchas, pero estas tres las incluyen todas a grandes rasgos. Son Fana, Liqa y Baqa.

Fana significa el borramiento total de uno mismo, hasta el punto de que el adepto se funde en la presencia Divina. Come y bebe, reza y ayuna; no porque le guste, sino porque se ve obligado a ello. Dios lo es todo para él. “Vuélvete hacia tu Creador y entrégate a Él”, dice la Palabra Sagrada; y el sufí, al contemplar esto, se pone a disposición de su Creador, igual que un cadáver está en manos de un enterrador. Piensa en las palabras del Santo Profeta: “Muere antes de tu muerte”. En consonancia con su origen como lo que en última instancia es una cosa perecedera -pues la palabra dice: “Todo es perecedero salvo lo que está bajo la Voluntad Divina”-, se somete a una muerte para recibir una vida eterna; no porque lo desee, sino porque es la Voluntad Divina, que en la terminología sufí significa Ley. Ésa es la etapa de Fana, o pasándose a la Presencia Divina. Rumi ha ilustrado bien esta etapa de Fana o auto desaparición en los versos siguientes:

Cuando un hada llega a poseer a un hombre,

éste pierde sus atributos de hombre.

Todo lo que dice es por inspiración de esa hada.

No proviene ni de este ni de aquel cerebro.

Desaparece su propia individualidad, él mismo se convierte en esa hada.

El árabe a un turco le llega como lengua materna sin ninguna revelación,

cuando está perdido para sí mismo, no sabe nada de la lengua.

Pues el conocimiento es la persona y los atributos del hada,

¿Cómo puede entonces el Creador del hombre y del espíritu ser menos que un hada?

Si esta influencia y esta ley valen en el caso de un hada,

bien podemos juzgar los poderes del Creador del hada.

Cuando él (el borracho) está bajo la influencia del vino viejo o nuevo, comienza a hablar.

Se diría: “Es el vino el que habla”.

Si este ruido y alboroto se deben al vino,

¿será posible que la Luz de Dios carezca de fuerza y poder?

Aunque el Corán haya salido de los labios del Profeta,

infiel es aquel que dice que Dios no lo ha dicho.

A diferencia del Nirvana, el Fana, que es el fallecimiento del sufí de su existencia terrenal, implica el Baqa, o la continuación de su existencia real. El que muere al yo, vive en y con Dios, pero no en el sentido panteísta como generalmente se supone. El sufí se opone a la deificación.

Rumi, que ha sido acusado de ser un creyente en el panteísmo, refuta claramente esta idea en su conocido copla:

Decir ‘Yo soy Él’ en el momento equivocado (como hizo el faraón) es una maldición.

Decir que ‘soy Él’ en el momento adecuado (como hizo Hallaaj Ibn Mansoor) es una bendición.

Sin embargo, como piensa que su alma ha salido de las manos de su Creador y que su yo no es más que un reflejo del Ser Real, siempre aspira a un progreso continuo. Los sufíes más ancianos nunca perdieron de vista el hecho de que eran humanos, y aunque en sus periodos de iluminación y unión a veces pensaban que estaban perdidos para sí mismos – al igual que la sombra se desvanece cuando el sol está en lo alto de los cielos – nunca perdieron de vista el hecho de que eran meros humanos. Su objetivo último era continuar en un estado de Baqa – vida eterna – actuados y movidos por el deseo instintivo de unificación llamado Liqa en su lengua. Por eso los sufíes más ancianos nunca traspasaron los límites de la Ley. Tal estado de ánimo, según su mejor criterio, rayaba en la apostasía. “Esfuérzate duro en el camino de la verdad y la rectitud, la piedad y la devoción”, dice Saadi, “pero nunca sueñes con traspasar los límites establecidos por Mustafá (Muhammad)”.

Otras dos etapas que proclaman los sufíes avanzados son lahut y nasut. Cuando el sufí ha atravesado todas las etapas hasta alcanzar la etapa de Baqa, o Continuidad Eterna, se supone que ha entrado en la etapa de lo que llaman lahut, en la que el sufí no recuerda nada más que a Dios. Está muerto para todo lo demás y siente que está, por así decirlo, al unísono con Él. En esta etapa, todas sus acciones y todos sus movimientos se deben al impulso Divino – más bien a la Voluntad Divina -, pues es la etapa de “no hay nadie más que Al’lah (La ilaha Il’lal’lah)”. El sufí no está en ninguna parte, pero Dios está en todas partes. Esta etapa tiene sus grados, el principio y los puntos culminantes. Es el ascenso del sufí, que en su propia terminología llama Mi’ray (ascensión), y cuando llega el punto culminante, entonces comienza a descender, lo que no debe confundirse con declive, pues este descenso es más elevado que su ascenso anterior.

Sucede de esta manera: El Amor Divino es la fuente de toda la creación, y el Amor Divino es el que la sostiene y la mantiene. Es el Amor Divino el que primero inspira al sufí a buscar la unión. Cuando llega esa consumación, él no es su yo anterior sino el Amor mismo, y ahora quiere manifestarse. Aquí los escritores sufíes citan el conocido dicho del Profeta Muhammad, en el que Dios dice que era un tesoro oculto y que desea ser reconocido, por lo que creó a Adán. El sufí cree que Dios es el Creador, y es en la realización de Su atributo de Creación que hizo surgir a Adán. Por lo tanto, después de esta ascensión, cuando el sufí se une a Dios, los atributos Divinos comienzan a manifestarse a través de él. Como el Amor Divino siempre está fluyendo para satisfacer las necesidades de la humanidad, así el sufí, la encarnación más elevada del Amor Divino, comienza a evidenciar y finalmente a manifestar su amor por la humanidad, lo que se denomina servicio. A esto se le llama la etapa de Muhammad Rasulul’lah; es decir, el sufí, el reflejo de Muhammad, se ha convertido ahora en el mensajero de Dios. Es la etapa de Muyaddid (rejuvenecedor espiritual del islam), y un Nabi (profeta), teniendo ambos sus propias etapas, grados y cualidades, siendo la más elevada la etapa de Muhammad, que los sufíes llaman la Luz de Muhammad. Los sufíes establecen aquí una distinción muy fina. El amor a Dios es con ellos el primero y el inspirador original, pero el progreso depende del alma humana, para lo cual es necesario el esfuerzo. Este esfuerzo propio, que es una reacción del alma humana a la acción Divina, le conduce entonces al estadio de sumisión total y completa, en el que todos sus movimientos se convierten en Divinos. Aquí la acción del sufí se convierte en la acción de Dios. La etapa más elevada es la del profeta, donde el profeta es sólo el instrumento y Dios actúa a través de él. Todo esto está incluido en el estadio de nasut. Una de las etapas de este estado de nasut es la etapa de buruz.

Según los sufíes, Muhammad es el Hombre Perfecto, Al-Insan-al Kamil, y fue para realizar tal o cual aspecto de la Luz de Muhammad que los demás profetas han ido apareciendo en este mundo, cuya perfección se realizó plenamente cuando apareció el propio Muhammad. Todos los profetas que aparecieron antes que él no eran más que un reflejo parcial; la realidad sólo era el propio Muhammad. Al igual que Juan el Bautista fue la segunda venida de Elías, los profetas anteriores fueron los precursores y heraldos de Muhammad, y ahora que ha aparecido, se ha convertido en el sello de los profetas. Los otros profetas vinieron sólo para anunciar su venida. Fueron los pioneros, y en ausencia del Maestro se les dejó vía libre. De ahí que se les llame profetas independientes. Ahora que el Maestro mismo ocupa la corte y despliega su dominio, nadie puede arrogarse la independencia; cada uno tiene que actuar bajo su guía. Por eso los sufíes (unos y otros) consideran que Su ley es definitiva y Muhammad el último de los profetas. Los profetas dependientes, por supuesto, pueden continuar. En cumplimiento de las antiguas profecías y creencias sufíes, ha aparecido uno que es el buruz de Muhammad en el pleno sentido de la palabra, y no es otro que el difunto Ahmad de Qadian, el Mesías Prometido y Mahdi, el Segundo Cristo, el Buda Maitreya, el Segundo Krishna, el sufí más grande de la época y el sucesor de Muhammad.

Conviene precisar aquí que el término sufí buruz no es la teoría de la reencarnación, que los sufíes rechazan totalmente. Buruz significa la aparición de uno en el poder y el espíritu de otro, al igual que Juan el Bautista era el Elías que estaba por venir, mientras que Elías estaba muerto y no podía volver a esta vida. Los sufíes utilizan este fenómeno de recurrencia en un sentido espiritual y metafórico. El Segundo Cristo o el Segundo Buda no significa que estos dos personajes muertos hayan vuelto a nacer. El segundo es un individuo diferente, pero se corresponde con su prototipo en algunos de sus rasgos espirituales. Además, la correspondencia en la situación necesita la correspondencia en el carácter, ni más ni menos.

Los sufíes se oponen al hulul y al tanasuj, es decir, rechazan la teoría de la reencarnación, la transmigración de las almas y la metempsicosis. También niegan que exista algo parecido a que un alma posea o eclipse a otra.

El sufismo y el islam

Los sufíes mayores eran verdaderos musulmanes. No vivían ni enseñaban otra cosa que el islam, y el énfasis que ponían en el aspecto espiritual era sólo para revivir el prístino y puro espíritu islámico. El islam representa el todo, mientras que el sufismo no es más que uno de sus aspectos. Además, el sufismo no tiene un lado constructivo, ni se mantiene independiente. Se levanta y cae con el islam.

Como todo lo demás, el sufismo se ha visto afectado durante su historia de muchos siglos. El sufismo actual, aunque construido sobre las líneas antiguas, ha sufrido algunos cambios. Algunas de las prácticas y enseñanzas actuales no están en conformidad con el sufismo original. La renuncia en el sentido de celibato y monasticismo nunca fue avalada por los grandes sufíes; lo que enseñaban era lo mismo que enseña el islam. Nunca la utilizaron en el sentido de cortar las relaciones humanas y retirarse a bosques y selvas llevando vidas de ermitaños, sin tener nada que ver con este mundo. Ese es un gran alejamiento del antiguo punto de vista sufí. Lo único en lo que insistían el islam y el sufismo primitivo era en que el verdadero apego debía ser con Dios. El apoyo, el cuidado, y el mantenimiento de la esposa y la crianza y el cuidado de los hijos es uno de los deberes primordiales del hombre. Bajo la noción errónea de servir a Dios con un único propósito, han abandonado el mundo. Son como un caballo que corre sin un carro de carga, pero en cuanto se le carga o se le yunta se detiene en seco y patalea. Lo que el sufismo y el islam exigían de un hombre era que aprendiera a mantenerse en pie, caminar y correr a pesar de los obstáculos y las desventajas, para sacar lo mejor de él. De hecho, el cuidado de todas estas cosas con el espíritu adecuado forma parte del culto divino. Por eso los escritores sufíes han insistido en la ley que dice: “No debe haber monasticismo en el islam”. Dios ha querido que se cuiden bien todas estas cosas y, sin embargo, un monje hace caso omiso de todos estos deberes. Ese es uno de los abusos prácticos que se ha abierto camino en algunas órdenes sufíes actuales cuyas prácticas, en ciertos casos, son una infracción directa de las enseñanzas del gran Maestro sufí. La Shariat, o ley del islam, siempre ha permanecido como una guardia montada para contrarrestar tales tendencias.

Otro error relacionado con las creencias también se ha colado en algunas de las órdenes actuales. Uno es la creencia en la transmigración y la reencarnación (tanasuj y hulul). Los sufíes mayores siempre la han rechazado. Lo que entienden por recurrencia es la reversión de los viejos tipos. Algunos sufíes representan el espíritu y el poder de algunos de los sufíes del pasado, por lo que a veces han afirmado su identidad con sus prototipos. Esto se ha entendido como reencarnación y cosas por el estilo, que los ancianos han repudiado expresamente como una abominación. Como hemos explicado en otro lugar, a esta reversión de tipos la denominan buruz, que significa la venida de otro en el poder y el espíritu del difunto. Estos sufíes mayores citan uno de los dichos del Santo Profeta, que dice que algunas personas entre sus seguidores nacen en el espíritu de Abraham, mientras que otros en el espíritu de Moisés, Jesús y otros profetas. Pero no son lo mismo. Es sólo la prominencia en el parecido lo que da derecho a una persona a un nombre determinado. Ahmad de Qadian ha aparecido en nuestros días en el poder y el espíritu de Jesús, y por eso su venida es la venida de Jesús. Era necesario protegerse contra estas corrupciones, y con este fin mantuvieron la forma de la Shariat. Fue en conformidad con la ley que todos los sufíes mayores han rechazado la reencarnación y otras teorías que rayan en el politeísmo.

El misticismo y el sufismo

El sufismo se ha confundido generalmente con el misticismo. El malentendido se ha debido a la aparente similitud de los significados de la palabra “misticismo” y “sirr” (secreto). Pero el “sirr” del sufí no es el misterio del místico, pues el sufí no tiene nada que ocultar. Para un sufí, la palabra connota la realidad subyacente a cualquier cosa, ya sea un fenómeno interno o externo. Como la realidad de la experiencia de cada uno sólo la conoce él mismo, el sufí hace hincapié a veces en la experiencia individual más que en la común, ya que es algo que sólo puede conocerse experimentándolo personalmente. Uno puede instruir a otro en el formalismo, pero la disciplina y la iluminación son un asunto individual.

Esta actitud de un sufí se ha atribuido a un hábito mistificador, lo que sin duda es un juicio injusto sobre él. Así pues, misticismo y sufismo son dos cosas totalmente distintas.

Las órdenes en el sufismo

Existen muchas órdenes del sufismo con muchos más subórdenes. Todas empezaron con los mismos principios y las mismas prácticas, diferenciándose sólo en detalles menores y en la idiosincrasia del individuo. Todas estas órdenes se conocen por los nombres de las diferentes personas que fundaron el movimiento en sus propias localidades. No ha habido diferencia alguna en lo que respecta a los mayores y las mejores personas de estos movimientos. Pero con el paso del tiempo y las diferencias de gustos, temperamentos, y rasgos de carácter, así como la atmósfera y los ambientes que les rodeaban, se desarrollaron ciertas prácticas, que aunque quizás inofensivas al principio, al final condujeron a amplias escisiones, no sólo en cuestiones de detalles sino incluso en principios de actuación. Las órdenes actuales son en su mayoría del tipo anterior, que ni se preocupan por la ley ni por los mandatos de las grandes mentes de sus movimientos. Esta degeneración fue sobre todo el resultado del contacto con pueblos que a su vez se habían desviado del camino correcto y que ahora han llegado a pensar más en el hipnotismo, el mesmerismo, la autosugestión y la curación por sugestión, algo que a los antiguos sufíes nunca les importó demasiado. Por supuesto, durante sus disciplinas, éstas o al menos algunas de estas cosas les vinieron de forma natural y quizá se sirvieron de ellas a veces inconscientemente, pero nunca fueron el principal ni el único medio. Estos sufíes de los últimos tiempos, habiendo perdido el espíritu y la realidad, buscaban ahora algo tangible. Debido a los súbitos resultados obtenidos mediante estas prácticas ajenas, junto con el hecho de que existía cierta similitud entre estas prácticas y algunas de las acciones de sus mayores que nunca intentaron comprender, se dedicaron a estas cosas excluyendo la realidad. Esa es la razón por la que nos encontramos con el fraude, la hipocresía y la impostura tan a menudo. Algunos de ellos han adoptado las prácticas paganas de inclinarse y postrarse ante los hombres, ofrecer sacrificios a los santos muertos, arrodillarse ante las tumbas de los santos, y ofrecer oraciones a los vivos y a los muertos. Algunos se creen por encima de toda ley, dando así rienda suelta a todas las pasiones. Es una suerte que no sean muy numerosos, pero es innegable que forman parte de la sociedad, por poca que sea. Sin embargo, no tienen nada en común con el verdadero sufismo del islam.

Aunque existen muchas órdenes y subórdenes, los siguientes son los grupos principales:

  1. Qadiriyya: fundada por el Sheij Abdul Qadir de Gilan, un gran santo, cuyo nombre sigue ejerciendo una gran influencia.
  2. Naqshbandiya: fundada por el Sheij Baha-ud-Din Naqshband, un gran Santo. Esta orden también cuenta con grandes seguidores.
  3. Chistiyya: fundada por Khwaja Muin-ud-Din, un gran Santo, que cuenta con un buen número de seguidores en la India.
  4. Suhrwardi: fundada por Sheij Shahab-ud-Din Suhrwardi, otro gran Santo, que cuenta con un buen número de seguidores en los países de habla árabe.

 

Además de los cuatro anteriores, tenemos a los jalaleos, los seguidores de Maulana Jalal-ud-Din Rumi, el autor del famoso Masnavi. Sus seguidores se encuentran sobre todo en Asia Menor y Egipto, y los derviches aulladores y danzantes también pertenecen en su mayoría a esta orden. Su libro ha tenido una gran influencia en todo Oriente.

Shazli es otro grupo, que se encuentra en Arabia, pero no se oye hablar mucho de ellos en el exterior.

Como hemos dicho antes, todos partieron del mismo punto y de los mismos principios, pero han surgido nuevas prácticas, como la fiesta de los doce años, los ejercicios respiratorios de los yoguis, la sintonización del corazón con el canto Al’lah, la concentración mental o el dibujo de la imagen mental del Sheij o guía espiritual. Son bastante ajenos tanto al espíritu como a la forma del sufismo, y quien conoce la ley del crecimiento sabe que junto con el verdadero crecimiento siempre hay malas hierbas que necesitan una poda constante. El viejo sufismo ha perdido su vitalidad, y Dios en Su misericordia ha enviado a un jardinero para restaurar el sufismo a su prístina pureza. Esto lo ha hecho para que las fuentes de la espiritualidad, que habían sido ahogadas por este crecimiento extraño, puedan ser despejadas, y las aguas de la vida puedan brotar de nuevo para traer fertilidad a un suelo estéril y sin sembrar durante tanto tiempo. Bienaventurados los que escuchen a este mensajero que apareció en la plenitud de los tiempos, y no es otro que Ahmad de Qadian, India.

El autor de este artículo es un Qadarita de la Orden Naushai. Su fundador, Muhammad Haji, vivió en el siglo XI de la era islámica. Ganó gran popularidad debido a la nobleza de su carácter, así como a su erudición, piedad y devoción, hasta el punto de que no hay parte de la India sin sus seguidores. Tras su fallecimiento, el liderazgo ha recaído, a través de once generaciones, en este humilde servidor, que es en la actualidad el único representante en lo que a sucesión hereditaria se refiere. Nací, me eduqué y crecí en este ambiente puramente sufí. Todos los miembros de mi familia han sido hombres de disposición y gustos ilustrados y eruditos, y en su tiempo y época han ejercido una influencia muy saludable sobre la sociedad en general. Desde mi más tierna juventud, me entregué a las devociones sufíes y a las prácticas esotéricas junto con mis estudios; de hecho, toda mi vida ha transcurrido tanto en actividades literarias como en el cultivo de las experiencias sufíes. Hace tiempo que me di cuenta de que mi propia orden se había alejado del camino correcto. En lugar de llevar una vida de rectitud y piedad y de seguir los caminos de la virtud, habían degenerado en lo que acertadamente puede denominarse “prácticas paganas”. El amor y el temor a Dios habían dado paso a prácticas sexuales irreverentes y a la adicción a la droga. Los mayores de nuestra Orden solían entregarse a oraciones y devociones silenciosas, meditaciones, y contemplación; todo ello mientras llevaban una vida de bondad y beneficencia activa. Amaban a Dios y a sus semejantes hasta tal punto que se olvidaban de sí mismos, pero ahora el consumo de bhang y licores fuertes, y la ingestión y el consumo de opiáceos de todo tipo provocan un olvido fingido. Los mayores provocaron el olvido de sí mismos olvidándose en Dios, pero ahora esta gente ha empezado a olvidarse de sí misma en frenesíes extáticos. Bajo la influencia de la droga, se cuelgan cabeza abajo de árboles y postes y balancean sus cuerpos de un lado a otro con fuertes sacudidas y salvajes gritos sobrenaturales. En lugar de ir por ahí haciendo actos de misericordia y bondad, ahora deambulan bailando y gritando, golpeando tambores y tom-toms mientras gritan fórmulas sin sentido al son de un violín o una guitarra. A estos vagabundeos los llaman “peregrinaciones”. El amor de Dios ha dado paso a la droga del sexo, que ellos denominan “Ishq-i Mayazi” (amor virtual), y dicen que es la preparación y la única vía hacia el primero, el Ishq-i-Haqiqi (amor verdadero), según su terminología. La droga y el sexo han llevado a la perdición a muchos. Se han continuado y consentido excesos inconfesables en nombre del sufismo, y lo que representaba la moralidad y la pureza de vida ha degenerado ahora en un culto a la depravación y la holgazanería moral. En estas circunstancias, me dirigí a Dios en busca de guía, y Él en Su misericordia y Bondad me ha revelado a través de visiones celestiales y manifestaciones divinas que el verdadero sufí de la época es Ahmad de Qadian, India. Como mis estudios también me llevaron en la misma dirección, no dudé en sacrificar todo lo que tenía para beber en la fuente del verdadero sufismo que ha brotado de nuevo en la santa persona de Ahmad. He probado este néctar y el agua de la vida, y con toda humildad y sinceridad invito a todos a esta verdad que el Amor Divino me ha revelado.

Que la paz y las bendiciones de Al’lah sean con aquellos que siguen la verdad.

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